miércoles, 27 de abril de 2011

No me hables; estoy palpitando la Boda Real.

En nuestro mundo más o menos occidental y más o menos cristiano, se ha avanzado muchísimo, democráticamente hablando. Se han abolido esclavitudes, se han devuelto derechos a minorías oprimidas, o a mayorías deprimidas (como las mujeres). Hasta se ha legalizado por estos barrios el casamiento entre individuos del mismo sexo.

Lo que aún no comprendo es el persistente afán cholulo hacia la “nobleza”.

Está claro que la gente se deslumbra con los ricos. Siempre ha sido así. Alguien se erigía. Rey, Amo, Dueño, Señor, Monarca, Jefe Absoluto, Nadie más arriba que Él. Y todos se agachaban a su paso. En los animales también se da, que ante jefes de la tribu todos meten la cola entre las patas. Pero tiene lógica: ese poder lo carga el más fuerte: el león más groso tiene derecho a las leonas más guapas. El canguro que mejor boxea tiene el control remoto de la tele. O le reservan las mejores bananas al gran mandril que caga a patadas a los otros mandriles; (por eso tendrán el culo rojo).

Pero que siga habiendo “nobles” a esta altura del partido, lo veo ridículo.

Los nobles tenían los castillos, grandes extensiones de tierras y miles de “siervos” que trabajaban para ellos. Disponían de las armas y del tiempo libre. Se rascaban el higo y estaban exentos de impuestos. Zafaban de las colas en Pago Fácil.

Y estaban llenos de privilegios.

Más aún: los monarcas ostentaron el poder total, casi siempre sobre la base de una supuesta divinidad. Alguien había dicho que Dios los había elegido para gobernarnos. Unas pocas familias eran las dueñas de TODO. ¿Por qué?... De onda.

Así nomás; de prepo. Dios lo quiso. Soy el dueño de todo; agachate que vengo yo.

Ya sé; hoy esos son títulos “pintorescos”, ya no tienen tanto poder y sus actividades en general son montar a caballo, maquillarse o salir en la revista Hola. Ya no mandan como hace un par de siglos. De hecho, hubieran hecho rodar la cabeza de alguien como yo, que los ningunea en un blog.

Y sé también con quiénes me enfrento, y con quiénes no. Es obvio que, más allá de que a algunos nos simpatice, la izquierda no tiene futuro; la gente sigue idolatrando al rico. Aún cuando nadie de derecha se reconoce como tal, en general dicen que son “de centro”. (Nunca escuché a nadie decir “soy de derecha”), yo les pregunto (a los “de centro”, digamos) : ¿No somos todos iguales?... ¿No es hora de eliminar ya de una vez por todas las distinciones entre seres humanos?...

¿Acaso somos leones, canguros o mandriles?

Basta, queridos. Hace rato que los negros pueden subir al 152, los judíos asociarse a clubes (bueno, a casi todos), las mujeres adoptar niños solas o manejar taxis. Con el mismo argumento que se esgrime al tirar arroz a Roberto y Juan Carlos a la salida del Registro Civil, ya se deberían detestar monarquías o títulos nobiliarios. ¿O queremos que haya distinciones entre ciudadanos? ¿Para algunas cosas sí, para otras no?...

Yo puedo sentirme privilegiado por mis hermosos hijos.

O si gané el Prode. O si me da bola Lola Ponce.

¿Pero nacer con privilegios?... ¿Debe haber privilegios entre ciudadanos?

¿Debe haber un título, un papel que pone que alguien tiene sangre azul y todos decimos “aaahhh”, el rey de Cachacascán… Ohhh… El Sha de Irán… (Y acá el Sha, es en Sarmiento y Azcuénaga)

No da. Ya no da.

Basta de privilegios feudales.

Por si no lo leíste, te adjunto un principio que nos rige:

“El principio de igualdad ante la ley es el que establece que todos los hombres y mujeres son iguales ante la ley, sin que existan privilegios ni prerrogativas de sangre o títulos nobiliarios. Es un principio esencial de la democracia. El principio de igualdad ante la ley es incompatible con sistemas legales de dominación como la esclavitud, la servidumbre o el colonialismo.

El principio de igualdad ante la ley se diferencia de otros conceptos, derechos y principios emparentados, como la igualdad de oportunidades y la igualdad social.”

Y para rematar, vuelvo a insistir:

Arranquemos todos con las mismas fichas.