martes, 20 de octubre de 2009

La rebelión de los objetos

No es la primera vez que me pasa. Sentado al inodoro hice mi necesidad, pero al echar un vistazo, no había nada allí.
El hecho se había consumado, sin dudas. Pero evidentemente el inodoro a veces "triangulodelasbermudiza" la hez. Habría que preguntarle a un físico; no creo que un plomero raso pueda explicar el fenómeno. Pasa de vez en cuando y deja una sensación extraña, sobrenatural. Es un quiebre de certidumbres; como un elemento fantástico de Bioy Casares que se filtra en la rutina más elemental.
Algo raro sucede, que primero asusta: ¿mágicamente se desmaterializa la materia (fecal)? Nada por aquí, y nada nadando por allí. Después se elaboran teorías. Debe haber un efecto sopapa, una absorción aleatoria que los caños deciden cuando se les canta. Los objetos se expresan; las casas a veces parecen tener vida propia. Recuerdo algún ruido extraño antes de dormirnos en casa de un amiguito, ante el cual él me explicaba: “se están acomodando los ladrillos”.
A veces hasta los electrodomésticos deciden rebelarse todos juntos. Una heladera que se descongela sola, inundando la cocina. Un microondas que enciende pero no realiza sus funciones fundamentales. Y el mismo día, se te queman dos bombitas en lugares clave de la casa. Y no hay de repuesto, claro.
El auto, que es como una casa con ruedas, también es autónomo a veces. Mi padre tenía un Accord que hablaba. Unos segundos luego de cerrarle las puertas emitía un aullido. Como de un espíritu lobuno; a veces lo hacía sólo. Un ruido aterrador; nunca lo entendimos. De la nada, se oía “auuuu…”
- El auto - decía papá. – Es el auto que se queja.
No había explicación. No la hay.
Patas de mesas que se acortan solas. Rajaduras inexplicables en las paredes. Inodoros que esfuman heces sin tirar la cadena.
Habrá que consultar a un científico en cada caso, o bien rendirse ante la evidencia y convivir con los fantasmas que animan los objetos.
Esos que aparecen tal vez, para recordarnos que nunca se puede tener todo bajo control.

domingo, 4 de octubre de 2009

clasificación

La gente se divide entre los que quieren llegar 4 horas antes al aeropuerto y los que no.
(Los primeros suelen ser nuestros padres)

viernes, 2 de octubre de 2009

Apellido sugerente

DIARIO LA CAPITAL - 11-09-2009
"Pruebas de sexo revelan que la atleta Semenya es hermafrodita"


"La atleta sudafricana Caster Semenya conquistó la medalla de oro en los 800 metros en el Mundial de Berlín. (Foto: AP)

Sydney- Los pruebas de verificación de sexo realizados a la atleta sudafricana Caster Semenya revelaron que es hermafrodita, según asegura hoy el diario australiano “Daily Telegraph”.
La IAAF se limitó a advertir que las pruebas todavía deben ser examinadas por un grupo de expertos médicos y que “no se comunicará ninguna decisión sobre el caso hasta que se haya tenido la oportunidad de completar el examen”, lo que podría prolongarse aún hasta finales de noviembre, según reportó la agencia alemana DPA. (Télam)"


... BUEN NOMBRE "SEMEN YA", PARA UN EYACULADOR PRECOZ.
(gana las carreras con urgencia)

martes, 22 de septiembre de 2009

TRAPITO CUIDACOCHES

Siempre me llamó la atención lo del trapito. Es indispensable que tengan; sin trapito no le creerías; cualquiera puede hacerse pasar por un cuidacoches. Supongo que si hubiera un curso al final les entregarían junto al diploma, el trapito que los oficializa. Algunos a su instrumento de su trabajo lo mueven con destreza, como la sortija del calesitero; te llama a acercarte. Aunque no quieras estacionar. Lo zarandean con tal arte que te seduce; he llegado a estacionar un rato nomás, encantado, cual ratón de Hamelin, por estos personajes y sus movedizos géneros.
Le pregunto a Atilio, un cuidacoches cuya jurisdicción cercana al Rosedal no precisaré para no comprometerlo. Su nombre real no es Atilio. Lo voy a llamar así y no con su verdadero nombre, que es Jorge, para proteger también su identidad.
Atilio se defiende: “Trapito es minimizar. Franela, y original. Pero sí, es nuestra herramienta de trabajo. Sin el trapito no hay cuidacoches. Los más responsables llevamos las franelas color naranja, que además de ser vistosas no rayan. El servicio incluye la limpieza de espejos y parabrisas. Mi franela, sí, es parte de mí”.
- Como una extensión de tu brazo – acoto amigable.
- No diría eso; porque mi brazo ya tenía una extensión. Era muy corto y agarré una promoción de Ioa a fin del ´87”. Es sabido que después de Navidad las prótesis bajan mucho. Todos esperan esa fecha; prácticamente se las sacan de las manos.

Parece controlar todo en su cuadra; pendiente de cada desacelere de motor Atilio hace raudos paneos, punto por punto cual gallináceo, y vuelve a mi para proseguir el relato de sus habilidades con el trapito: “Puedo usar las dos manos, pero después de mucha práctica. Son años en esto. Los últimos tiempos cubro esta cuadra; aunque me queda más lejos de casa (vivo en Jujuy), me deja más plata. Calculá: a 5 mangos por auto (que en realidad entre yerba y gastos de representación me quedan menos de 2)...” Lo de gastos de representación es la comisión a un principal de la comisaría cercana. “Comisería”, la llamó él.

-¿Nunca se olvidó el trapito (perdón, la franela) en su casa?
Ante mi pregunta se crispó como si se hablara del peor día de su vida. – “Sabés que sí… Y fue el peor día de mi vida”, me confirmó leyéndome la mente. Después siguió leyéndome la mente un rato hasta que casi se durmió sobre mi hombro. Mi mente es interesante para leerla pero a veces decae. Lo desperté de un carraspeo y prosiguió; “Fue dos antes que esta. Con mi fiel Amanda llevo 6 años.”- dijo acariciando a su franela (por no decir franeleádola).
- Antes tuve a Gloria que se me malogró cuando asfaltaron Godoy Cruz… Y bueno, esa fue antes de Gloria. – (tampoco voy a dar sus nombres reales, para proteger las identidades de los trapos.)
- Ese sí era un trapo. Y era tratado como tal. Yo no estaba tan a gusto con el oficio, viste… Me lo olvidé un viernes negro - confesó apesadumbrado. - Es lo peor que puede pasarle a un cuidacoches. Estar de civil. Difícil; no se genera confianza, y mirá que algo que no nos suelen tener a nosotros es confianza. Imaginate, sin el trapo vas al bombo.”
Hace otro alto para atender a un cliente. Gesticula solemne, casi exagerado, como si hiciera aparcar a un Airbus en un aeropuerto.
“Era mi primer trapo. Herencia de mi padre; un mozo gallego que vino en el 30. Me lo dio mientras me decía: “Ten este trapo, hijo. Toda esa tierra será tuya” mientras señalaba el aparador de las copitas de grapa, lleno de polvo.” – la ironía no era una emoción que se notara en Atilio. Tampoco otras.
Contó que ese viernes que se olvidó el trapo no pudo trabajar y tuvo que volver a su casa. Eran dos colectivos, un tren y otros dos colectivos para llegar. Ahora tiene auto, pero lo deja lejos, donde otro cuidacoches se lo mira. Es como los médicos; que no se revisan ni medican ellos, siempre acuden a otros.
Su franela actual es regalo de su señora para las bodas de plata. Sobre el trapo heredado concluyó: “debe ser que me lo olvidé a propósito. Es que me revelé a los designios de mi padre y me dediqué al oficio de cuidar coches. Mi padre nunca me lo perdonó. El prefería el trapo en el hombro, y yo en la mano. Pero soy bueno en mi oficio. Y lo hago bien. Se de quién es cada auto; tengo vista de elefante y memoria de lince” dijo, confundiendo creo el orden de los factores. “El rojo de acá es del doctor Samudio. La camioneta es del pendejo del 8vo.” Dijo señalando un edificio.
- Y el mío? - le pregunté, pensando que no se acordaría.
- El tuyo es el azul de la esquina; al que le están robando el estéreo.

No pude seguir hablando porque corrí a ahuyentar a los rateros, gritando y moviendo los brazos ampulosamente, hasta descolocarme un hombro.

Los cuidacoches son a veces un mal necesario. En muchos casos sólo un mal. Pero seguirán estando, pese a los gobiernos de turno; su a veces acosadora presencia seguirá estando año tras año, para bien de sus socios, los policías corruptos.

“Sin autor no hay obra”, reza un cartel en Argentores, entidad que me agrupa.
El sinsabor del encuentro con Atilio y su amada franela, al menos había refrendado mi teoría de que “sin trapito, no hay cuidacoches.”

No es bueno que el hombre esté solo (de gira)

agosto de 2008

Hay que amar al prójimo. Pero redefinamos “prójimo”. Mirá que intento ser popular, agradarle a todo el mundo. Pero algunas veces es al pedo esmerarse por empatizar. Bajo a desayunar en el hotel de Pehuajó. Un 3 estrellas, pero parece 2 y media. Una chica de treintaytantos, bizca, en la mesa detrás de mí dice: “un artista; vos sos un artista…” Me siento halagado y le sonrío. “Pablo Novak; sos Pablo Novak. Qué hacés por acá?”... Teatro infantil, le digo. Pinocho. Sabe mi nombre; merece atención. Giro la silla para no darle la espalda. -“Además estás casado con la chica esa, que es linda…” - Ahora giro más la silla. “Campbell… O algo así, no sé”. Ahora giro de nuevo la silla hacia adentro: ya empezó a ningunear. Venía bien; sabe; sabe perfectamente que es Campbell. Porqué lo de “algo así”?… Pero démosle una oportunidad; no seamos prejuiciosos. En definitiva, su condición de bizca tal vez la tiene algo resentida; le sonrío levemente y le confirmo: Andrea Campbell; sí. La moza entra a cuadro con mi desayuno: un té y dos medialunas por todo concepto. Ni manteca, ni mermelada. Dos medialunas, a secas. No se te ocurra pedir la tercera porque capaz que te la cobran mil dólares. La bizca le espeta: “un artista, viste?” – “Dónde?”- eleva el cuello la moza, con su cara perfectamente olvidable. La bizca me señala a mí. De hecho, no hay nadie más alrededor. “Ah… Cómo es tu nombre?- Pablo; le digo. “Pablo Novak”, aclara la bizca. La moza se encoge de hombros y yo quedo en el medio de lo que ya es un campeonato de boludas. Cuando la moza se aleja, la bizca me manda, sin comerse ni media: “Para ser artista hay que tener palanca; vos sos el hijo de un famoso, por eso trabajás, no?”.- Ni reparó en si me ofendía: lo dio como un hecho, lo afirmó con total seguridad. Y siguió su despilfarro de lugares comunes: “yo canto, viste… Pero ahora canta cualquiera. Para ser artista hay que tener palanca. Sin palanca, es imposible.” Yo dudo un instante; hasta casi la ayudo con un “esos pensamientos te van a hacer mal, así no vas ni siquiera a intentarlo” o algún consejo de Jose Narovsky. Pero es inútil. Ella insiste con lo de la palanca. “No se puede; todos los que triunfan tienen palanca.” Okey. No vale la pena ningún argumento. Sus próximos bocadillos acaban con cualquier especulación de sensatez: “yo soy de Mar del Plata, pero vengo al dentista acá en Pehuajó”. (son 500 kilómetros )… Soy maestra jardinera, pero trabajo de preceptora. Me cansé de los chicos.” “Los artistas son humanos, también.” “Qué caro es este hotel; a ustedes les pagan?” - No, pago yo, por hacer Pinocho – me dan ganas de contestarle. Y en cuanto puedo subo a la pieza y prendo TN. Catalina Dlugi. Cambio rápido. El Canal Rural. Apago y pienso en el tipo que pescaba en el muelle de Necochea unos días atrás. Otro con quien traté de empatizar. Era 70 % canoso como yo, debía tener mi edad. “Si yo viviera acá tal vez sería él”, pensé. (Aunque en mi vida sostuve una caña). Ya había caminado por calles sin autos, veredas sin gente, y una playa larguísima. En el final de un muelle casi en Quequén, un ser humano pescaba. Me hizo un gesto con la cabeza y campechano, me le acerqué para investigar sobre si había pique, etc. No había para nada. “¿Qué onda los lobos marinos?” Pregunté aún asombrado por la colonia de lobos que había visto (y olido) del otro lado del muelle. (como colonia, olía muy mal) - “Son los culpables de la falta de peces”, dijo el tipo. Conversamos un mínimo. Se hacía de noche; él confesó que venía siempre; que pescar era una excusa para “desenchufarse”. Y miró hacia la orilla. Yo miré hacia su pueblo. Necochea en invierno. Un desierto; un pueblo fantasma. –“¿Desenchufarse de qué!?”- pensé.
Empatizar no es tan sencillo. Yo para desenchufarme voy a Paseo Alcorta.