Al diez por ciento de
facebook lo conforman perfiles falsos. No es poco. Son más de 100 millones en
el mundo los que simulan ser otros. De allí, muchos se hacen pasar por famosos.
Debe haber 3000 Justin Bievers, cientos de Luisanas Lopilato y hasta cuatro o
cinco Claudias Lapacó. Pero esos perfiles suelen ser de niños, de cuerpo o
mente, por lo cual quedan fuera de este análisis. Los que me interesan son
quienes se inventan perfiles para descubrir trampas, enterarse qué anda su ex pareja
o verificar la fidelidad de la actual. Es decir, los masoquistas. No hay que
verificar nada, salvo que tengas que hacer una transferencia automotor.
Esos
perfiles falsos son altamente nocivos. Es como querer ser invisible para ver
qué dicen de vos. En general no dicen nada; no te conviene. En cualquiera de
sus formas: estar pendiente del ex, es arrastrarse. Escudriñar al actual,
paranoiquearse.
Conozco
varias historias sobre el tema; y como para
muestra basta un botón, relataré una que puede ilustrar una botoneada facebookiana:
Sandra,
una contadora de 36 años, luego de dos de noviazgo, se arma un perfil falso
para probar cuán fiel es Juan, su pareja. Para ello despliega una creatividad
inusitada: cuelga varias fotos que encuentra en la red, de una muy bonita
veinteañera, llamémole hache. “Helena” es su falsa identidad erigida como una
carnada que cualquier varón querría morder. Desde allí solicita amistades a la
marchanta y así aparecen algunas decenas de amigos enseguida. (Es algo común en
facebook: muchos se aceptan sin conocerse; contrariamente a la realidad de la calle. No sabemos ni cómo se llama
el vecino de al lado, pero de un desconocido amigo facebookiano, conocemos si
almorzó canelones, si usa sunga, o cuánto pesó su sobrinito al nacer. )
Cuando
su falso perfil ya está a punto de caramelo, Sandra invita a Juan a ser amigo
de Helena. Obviamente, su novio cae y comienza una “relación” virtual entre
ambos. El no entiende al principio porqué semejante bombón lo ha buscado, pero
le sigue el juego. Ante la belleza extrema nos ponemos tontos; Juan chatea con
Helena, primero tímidamente; al poco tiempo fluye el ida y vuelta y ella da una
estocada: le propone encontrarse. Y el chorlito acepta.
El
final es abrupto, triste y patético: Sandra va a la cita y corta el noviazgo,
no sin antes maldecir a Juan de arriba abajo y hasta pegarle un par de
bofetadas.
La
conclusión de esa historia es por lo menos, discutible. Como en esos debates en
que la diferencia de géneros divide aguas; aquí el femenino, a su vez,
construye diques.
Múltiples
charlas con mujeres sobre infidelidad, me han conducido a reforzar viejas
teorías o elaborar nuevas. Es un tema tan controversial como apasionante y que
a nadie es indiferente. La sangre bulle con él: a todos nos ha rozado al menos
una vez en la vida. Mi cerebro ya lleva 1000 kilómetros de
conversaciones sobre el tema.
Ya
establecí que el género femenino no se pone de acuerdo entre sí como el
masculino. Pero no lo establecí aquí, si no en el kilómetro 270, por lo que voy
a repetirlo: las opiniones de las
mujeres son más diversas que las de los varones. Ante la misma pregunta,
nos encontramos dos o tres respuestas masculinas y 17 femeninas. Conformando más
tipologías, las mujeres, más allá de discutir a priori a los varones, suelen
menospreciar calurosamente las opiniones de otras cuando refieren al amor,
compromiso y fidelidad.
Hay
algunas que piensan que hombres y mujeres somos iguales en el sexo y,
argumentando igualdad de derechos se mandan orondas al ruedo de la infidelidad;
patrimonio que oficial e históricamente parecía exclusivo de los varones. Pero
la sexualidad masculina y la femenina son claramente distintas. La infidelidad
es horrible, porque es horrible la mentira. Pero no podemos dejar pasar que es
distinta según el género. Por empezar, el varón comúnmente podría introducirse
en casi cualquier cosa que lo excitara. No por nada el viejo chiste de “si pesa más de un kilo y tiene agujero…”
La
infidelidad, claro, es vil y miserable pero seamos francos: su oponente, el
angelito de la fidelidad debe librar continuas batallas contra el deseo y el
instinto.
La
fidelidad es una elección y un acto de buena voluntad. Un compromiso entre
partes, implícito en parejas, jurado en religiosos y firmado en matrimonios. E
infiero: para dicho acto de voluntad el varón es quien debe hacer más fuerza,
ya que sortea mayores tentaciones en el día a día. ¿Por qué? Es sexualmente visual.
Algunas damas gritarán: ¡yo también! Bueno; el caballero es mucho más visual que la dama; en la
calle o en los medios, la carga erótica es habitual y el bombardeo de imágenes
es lógico que pueda (y deba) cachondear al más visual de ambos.
Por supuesto,
el hombre que decide ser fiel a rajatabla (y a su mujer), sabe que carga imágenes durante el día que luego descargará
en casa, dentro de ella. Como las fotos que uno baja a la compu, la energía
sexual acumulada pasa a través de lo que vendría a ser nuestro cable USB, que
es el conducto seminal y desemboca en nuestra amada. Es sabido que en el acto
sexual se mezcla iconografía de toda índole y que hasta se utilizan
pensamientos desagradables para retardar el orgasmo.
Gabriel
Rolón en su libro “Encuentros, el lado B del amor” afirma que en el momento del
orgasmo, uno está solo. “El orgasmo es de
uno, no de la pareja. En ese momento final lo que se espera es que el otro no
moleste. Es un acto que se disfruta en la más profunda soledad. Algunas
personas incluso pueden decirlo: “quedate quieto… no te muevas… dejame a mí… no
me digas nada”, u otras frases por el estilo. Es decir que lo que el amante
pide en ese momento es que se lo deje solo con su cuerpo, con sus sensaciones,
en la posición que más le gusta y con sus fantasías incluso, porque allí
aparece toda una cuestión que no es de dos sino de uno. Y conocer y respetar
ese momento es parte de la construcción de una pareja.”
Ese
“no molestar” que describe Rolón es de ambos. Refrendando lo dicho insisto con
el tema visual masculino: el varón utiliza sus fantasías (imágenes) en el acto
sexual casi del mismo modo que lo hace en la masturbación. Esto es distinto en
la mayoría de las mujeres. Así como también es distinto el significado del
sexo: ellos jamás sentirían que están siendo infieles, por ejemplo, contratando
a una trabajadora sexual. Donde no hay vínculo, no hay más que descarga
orgánica. Ellas, en cambio, jamás podrían identificarse con el discurso del personaje
central de la obra “El Protagonista”, de Luis Agustoni, cuando se justifica: “Yo no te fui infiel! Yo me masturbé dentro
del cuerpo de otra.”
Los
varones tienen más separado el sexo del amor y podrían, físicamente, “servir” a
cualquier hembra que los excitase. Muchas mujeres pueden entender esto; aunque
no aceptarlo. Otras directamente lo niegan efusivamente y eligen la mentira;
pero de eso hablaremos en otro momento.
El
personaje de Agustoni plantea: “Acaso si me masturbo ¿te soy infiel?”
La
mujer, en una de sus diecisiete tipologías, podría contestar “sí”. En otra,
diría: “No si lo hacés pensando en mí. Pero pensando en otra, sí.” (Noveno
Mandamiento en vigencia: “no desearás…”) En otra contestaría: “No. Pero dentro
de otro cuerpo, sí.”
La
retórica agustoniana podría detonar nuevas preguntas: “¿Si lo hago con una muñeca inflable?” “¿Si la muñeca inflable habla y
tiene nombre y apellido?” “Si se trata de un robot cuyos dueños me cobran por
hacerlo?”
Y la
que es clave: “¿Hacerlo con una
prostituta, es infidelidad?”
Es
obvio que esas preguntas podemos invertirlas y hacérselas al varón sobre la
mujer. Pero convengamos; la prostitución masculina no es significativa, y nunca
un varón estaría celoso de un consolador. (Aunque sí encontré mujeres que se
ofendían y hasta se ponía celosas si sus parejas se masturbaban.) Lo que el
personaje de “El protagonista” quiere describir es el grado cero de compromiso
con quien tuvo sexo. La falta total de emoción o nula ligación sentimental
sobre el objeto-mujer, sobre el “agujero”, sobre el “pedazo de carne” en el que
había eyaculado. Minimizando la traición, blandía el cartel de “no molestar” en
su máximo exponente: declaraba una no-relación en esa relación sexual. No
habría allí pasado, presente ni futuro,
ni conexión humana alguna, ni otra cosa que un acto “inocentemente”
fisiológico.
Esa
división acérrima entre sexo y emoción es básica, casi genética en el varón. En
algunas mujeres puede darse, pero son casos raros, de naturaleza adquirida o
ganada recientemente a siglos de cultura machista.
Más
allá de considerar un chanta al
personaje de la obra teatral, vamos a imaginar su circunstancia y tratar de
entenderlo: es probable que se hubiera calentado con aquella con quien se
acostó y al verse descubierto y acorralado, esgrimiera el argumento de la
masturbación en cuerpo ajeno. Conozco múltiples casos de hombres que aman a sus
mujeres y para los cuales “la carne tira” y exponen su matrimonio a la ruina
por, (volviendo a la metáfora
cibernética), enchufar su USB en puertos foráneos.
Me
dan mucha lástima esos casos. Una cosa es el mentiroso traicionero que mantiene
una doble vida, que tiene amantes a quienes también les miente y que se
involucra y fabrica relaciones. Otra distinta es aquél que alguna vez, con el
disco rígido a punto de explotar porque la memoria está sobrecargada de
imágenes, ante una circunstancia fortuita se “masturba dentro de un cuerpo” que
quizá hasta le es cedido con intenciones similares y tiene tanta mala suerte
que se entera la que es su esposa y deja de serlo.
Pero
volvamos a Sandra, la paranoica contadora del perfil falso. ¿Si luego de muchos
tests comprobara que ningún varón fuera capaz de resistirse a Helena, su
invención virtual, se quedaría entonces sola para siempre? ¿O aceptaría
finalmente cómo es el varón y no jugaría más con fuego?
Que
el 100% de los hombres podemos excitarnos con mujeres que no amamos, es bien
sabido y no se discute. Freud habló claramente de la escisión del amor y deseo
en el varón. Hasta estando súper enamorados y amando totalmente a nuestras
mujeres, otras pueden tentar momentáneamente a nuestras cabezas. A ambas.
Jacques-Alain Miller fue más allá y dijo: “El
varón puede desear a mujeres que no ama, para reencontrar la posición viril que
pone en suspenso cuando ama.” Sugiere cierta venganza contra la mujer amada, por dejar al
varón en posición de débil dependencia. Miller sostiene que amar feminiza; su
suegro, que era lacaniano, (de hecho era Lacan mismo) había dicho que amar es
reconocer nuestra falta y dársela al otro.
No
sabemos del todo qué es el amor, pero sí que queremos amar, y que no queremos que quienes
amamos anden tocando a otros, ni siquiera en un chat. Y las preguntas van cambiando,
también con la expansión de las redes sociales. Pero dejemos flotando esta: ¿Si
supiéramos fehacientemente que nuestra pareja sucumbiría a un flirteo,
elegiríamos, frente a esa realidad, no estar nunca más en pareja?
¿No
es mejor no provocarlo?... ¿No es mejor no enterarse?
Por
empezar, no recomiendo un perfil falso. Las profecías, casi siempre se cumplen.