“Serás lo
que debas ser, o si no no serás nada.”
Algo heavy,
la frase de Don José, no? Creo que apuntaba al “se tú mismo”. A que no nos
queda otra, a que nos viene impuesto un destino, una vocación (que andá a saber
si es la que creés), y que no hay que forzar ni dejar que nos impongan nada.
Que venimos con una tendencia a desarrollar, y si no lo hacemos no seremos productivos,
o sea: no seremos nada.
A mí no me convence;
pero me sirve porque abona a preguntas que me dan vueltas desde siempre: ¿Cuál
es el sentido del esfuerzo, si lo mismo iba a venir sin él? ¿Si se trata de ser
yo mismo y fluir, para qué el sufrimiento? ¿Por qué insisto con ser algo que
igual iba a ser (o no) sin insistir?
Si llevamos
la frase del general San Martín o todos los órdenes de la vida, ya vendría
designado de antemano, por ejemplo, si vamos a ser solteros o casados, si
encontraremos alcoyana-alcoyanas o no
se nos dará y seremos sufridos mártires en el amor.
Al arrojar la
novia el ramo hacia atrás en su casamiento para que caiga sobre una de sus
amigas solteras, señalando la suerte de la próxima, vale la pena disputárselo,
chicas? ¿No es acaso un designio divino? ¿No es un “al que le toca le toca, la
suerte es loca” y arreglate? ¿Para qué luchar por el ramo? ¿Y si me iba a caer
a mí, y me corro a último momento? ¿Qué era lo que “debía ser”, la caída sobre
mí, o el correrme a último momento?
Si acudo a
una bruja para engualichar a mi amante tras su abandono, ¿seré feliz cuando
vuelva a mí? ¿Estaré alegre como antes, habiéndola recuperado, aún sabiendo que
fue una trampa y que ahora vivo con una autómata engualichada?
¿Lo que
debe ser, es lo que es?
Si es lo
que es, no tengo posibilidad de cambiar. No; definitivamente no me convence.
“La única
verdad es la realidad”, dijo otro general. Yo creo que generalizaban.
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