martes, 22 de septiembre de 2009

No es bueno que el hombre esté solo (de gira)

agosto de 2008

Hay que amar al prójimo. Pero redefinamos “prójimo”. Mirá que intento ser popular, agradarle a todo el mundo. Pero algunas veces es al pedo esmerarse por empatizar. Bajo a desayunar en el hotel de Pehuajó. Un 3 estrellas, pero parece 2 y media. Una chica de treintaytantos, bizca, en la mesa detrás de mí dice: “un artista; vos sos un artista…” Me siento halagado y le sonrío. “Pablo Novak; sos Pablo Novak. Qué hacés por acá?”... Teatro infantil, le digo. Pinocho. Sabe mi nombre; merece atención. Giro la silla para no darle la espalda. -“Además estás casado con la chica esa, que es linda…” - Ahora giro más la silla. “Campbell… O algo así, no sé”. Ahora giro de nuevo la silla hacia adentro: ya empezó a ningunear. Venía bien; sabe; sabe perfectamente que es Campbell. Porqué lo de “algo así”?… Pero démosle una oportunidad; no seamos prejuiciosos. En definitiva, su condición de bizca tal vez la tiene algo resentida; le sonrío levemente y le confirmo: Andrea Campbell; sí. La moza entra a cuadro con mi desayuno: un té y dos medialunas por todo concepto. Ni manteca, ni mermelada. Dos medialunas, a secas. No se te ocurra pedir la tercera porque capaz que te la cobran mil dólares. La bizca le espeta: “un artista, viste?” – “Dónde?”- eleva el cuello la moza, con su cara perfectamente olvidable. La bizca me señala a mí. De hecho, no hay nadie más alrededor. “Ah… Cómo es tu nombre?- Pablo; le digo. “Pablo Novak”, aclara la bizca. La moza se encoge de hombros y yo quedo en el medio de lo que ya es un campeonato de boludas. Cuando la moza se aleja, la bizca me manda, sin comerse ni media: “Para ser artista hay que tener palanca; vos sos el hijo de un famoso, por eso trabajás, no?”.- Ni reparó en si me ofendía: lo dio como un hecho, lo afirmó con total seguridad. Y siguió su despilfarro de lugares comunes: “yo canto, viste… Pero ahora canta cualquiera. Para ser artista hay que tener palanca. Sin palanca, es imposible.” Yo dudo un instante; hasta casi la ayudo con un “esos pensamientos te van a hacer mal, así no vas ni siquiera a intentarlo” o algún consejo de Jose Narovsky. Pero es inútil. Ella insiste con lo de la palanca. “No se puede; todos los que triunfan tienen palanca.” Okey. No vale la pena ningún argumento. Sus próximos bocadillos acaban con cualquier especulación de sensatez: “yo soy de Mar del Plata, pero vengo al dentista acá en Pehuajó”. (son 500 kilómetros )… Soy maestra jardinera, pero trabajo de preceptora. Me cansé de los chicos.” “Los artistas son humanos, también.” “Qué caro es este hotel; a ustedes les pagan?” - No, pago yo, por hacer Pinocho – me dan ganas de contestarle. Y en cuanto puedo subo a la pieza y prendo TN. Catalina Dlugi. Cambio rápido. El Canal Rural. Apago y pienso en el tipo que pescaba en el muelle de Necochea unos días atrás. Otro con quien traté de empatizar. Era 70 % canoso como yo, debía tener mi edad. “Si yo viviera acá tal vez sería él”, pensé. (Aunque en mi vida sostuve una caña). Ya había caminado por calles sin autos, veredas sin gente, y una playa larguísima. En el final de un muelle casi en Quequén, un ser humano pescaba. Me hizo un gesto con la cabeza y campechano, me le acerqué para investigar sobre si había pique, etc. No había para nada. “¿Qué onda los lobos marinos?” Pregunté aún asombrado por la colonia de lobos que había visto (y olido) del otro lado del muelle. (como colonia, olía muy mal) - “Son los culpables de la falta de peces”, dijo el tipo. Conversamos un mínimo. Se hacía de noche; él confesó que venía siempre; que pescar era una excusa para “desenchufarse”. Y miró hacia la orilla. Yo miré hacia su pueblo. Necochea en invierno. Un desierto; un pueblo fantasma. –“¿Desenchufarse de qué!?”- pensé.
Empatizar no es tan sencillo. Yo para desenchufarme voy a Paseo Alcorta.

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