martes, 22 de septiembre de 2009

TRAPITO CUIDACOCHES

Siempre me llamó la atención lo del trapito. Es indispensable que tengan; sin trapito no le creerías; cualquiera puede hacerse pasar por un cuidacoches. Supongo que si hubiera un curso al final les entregarían junto al diploma, el trapito que los oficializa. Algunos a su instrumento de su trabajo lo mueven con destreza, como la sortija del calesitero; te llama a acercarte. Aunque no quieras estacionar. Lo zarandean con tal arte que te seduce; he llegado a estacionar un rato nomás, encantado, cual ratón de Hamelin, por estos personajes y sus movedizos géneros.
Le pregunto a Atilio, un cuidacoches cuya jurisdicción cercana al Rosedal no precisaré para no comprometerlo. Su nombre real no es Atilio. Lo voy a llamar así y no con su verdadero nombre, que es Jorge, para proteger también su identidad.
Atilio se defiende: “Trapito es minimizar. Franela, y original. Pero sí, es nuestra herramienta de trabajo. Sin el trapito no hay cuidacoches. Los más responsables llevamos las franelas color naranja, que además de ser vistosas no rayan. El servicio incluye la limpieza de espejos y parabrisas. Mi franela, sí, es parte de mí”.
- Como una extensión de tu brazo – acoto amigable.
- No diría eso; porque mi brazo ya tenía una extensión. Era muy corto y agarré una promoción de Ioa a fin del ´87”. Es sabido que después de Navidad las prótesis bajan mucho. Todos esperan esa fecha; prácticamente se las sacan de las manos.

Parece controlar todo en su cuadra; pendiente de cada desacelere de motor Atilio hace raudos paneos, punto por punto cual gallináceo, y vuelve a mi para proseguir el relato de sus habilidades con el trapito: “Puedo usar las dos manos, pero después de mucha práctica. Son años en esto. Los últimos tiempos cubro esta cuadra; aunque me queda más lejos de casa (vivo en Jujuy), me deja más plata. Calculá: a 5 mangos por auto (que en realidad entre yerba y gastos de representación me quedan menos de 2)...” Lo de gastos de representación es la comisión a un principal de la comisaría cercana. “Comisería”, la llamó él.

-¿Nunca se olvidó el trapito (perdón, la franela) en su casa?
Ante mi pregunta se crispó como si se hablara del peor día de su vida. – “Sabés que sí… Y fue el peor día de mi vida”, me confirmó leyéndome la mente. Después siguió leyéndome la mente un rato hasta que casi se durmió sobre mi hombro. Mi mente es interesante para leerla pero a veces decae. Lo desperté de un carraspeo y prosiguió; “Fue dos antes que esta. Con mi fiel Amanda llevo 6 años.”- dijo acariciando a su franela (por no decir franeleádola).
- Antes tuve a Gloria que se me malogró cuando asfaltaron Godoy Cruz… Y bueno, esa fue antes de Gloria. – (tampoco voy a dar sus nombres reales, para proteger las identidades de los trapos.)
- Ese sí era un trapo. Y era tratado como tal. Yo no estaba tan a gusto con el oficio, viste… Me lo olvidé un viernes negro - confesó apesadumbrado. - Es lo peor que puede pasarle a un cuidacoches. Estar de civil. Difícil; no se genera confianza, y mirá que algo que no nos suelen tener a nosotros es confianza. Imaginate, sin el trapo vas al bombo.”
Hace otro alto para atender a un cliente. Gesticula solemne, casi exagerado, como si hiciera aparcar a un Airbus en un aeropuerto.
“Era mi primer trapo. Herencia de mi padre; un mozo gallego que vino en el 30. Me lo dio mientras me decía: “Ten este trapo, hijo. Toda esa tierra será tuya” mientras señalaba el aparador de las copitas de grapa, lleno de polvo.” – la ironía no era una emoción que se notara en Atilio. Tampoco otras.
Contó que ese viernes que se olvidó el trapo no pudo trabajar y tuvo que volver a su casa. Eran dos colectivos, un tren y otros dos colectivos para llegar. Ahora tiene auto, pero lo deja lejos, donde otro cuidacoches se lo mira. Es como los médicos; que no se revisan ni medican ellos, siempre acuden a otros.
Su franela actual es regalo de su señora para las bodas de plata. Sobre el trapo heredado concluyó: “debe ser que me lo olvidé a propósito. Es que me revelé a los designios de mi padre y me dediqué al oficio de cuidar coches. Mi padre nunca me lo perdonó. El prefería el trapo en el hombro, y yo en la mano. Pero soy bueno en mi oficio. Y lo hago bien. Se de quién es cada auto; tengo vista de elefante y memoria de lince” dijo, confundiendo creo el orden de los factores. “El rojo de acá es del doctor Samudio. La camioneta es del pendejo del 8vo.” Dijo señalando un edificio.
- Y el mío? - le pregunté, pensando que no se acordaría.
- El tuyo es el azul de la esquina; al que le están robando el estéreo.

No pude seguir hablando porque corrí a ahuyentar a los rateros, gritando y moviendo los brazos ampulosamente, hasta descolocarme un hombro.

Los cuidacoches son a veces un mal necesario. En muchos casos sólo un mal. Pero seguirán estando, pese a los gobiernos de turno; su a veces acosadora presencia seguirá estando año tras año, para bien de sus socios, los policías corruptos.

“Sin autor no hay obra”, reza un cartel en Argentores, entidad que me agrupa.
El sinsabor del encuentro con Atilio y su amada franela, al menos había refrendado mi teoría de que “sin trapito, no hay cuidacoches.”

4 comentarios:

  1. ¡Muy bueno lo tuyo! Fantástico el humor negro. No me aflojes con este tipo de cuentos. No esperaba menos de vos. Me divirtió, y aprendí algo más de este nuestro Buenos Aires insólito.
    Un abrazón a los dos.
    Letty y Beo

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  2. interesante mirada sobre esa otra realidad.
    Y un final con la inolvidable frase de Migré, que custodia Argentores.
    hace años estaba una de mi abuelo (Alberto Vaccarezza) pero parece que la quitaron.

    Volviendo al relato, es bien urbano. La cruda realidad. A veces el dolor nos saca una sonrisa.

    Gustavo Bonino

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  3. Estoy haciendo un trabajo sobre los cuidacoches y quería saber si podía pedirte algo de información. Quería saber si entrevistaste a algún trapito más, o si te dieron algún dato de cuántos hay en Capital, etcétera.
    Muchas gracias.
    Me gustó mucho como armaste la historia.

    Victoria Franco

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  4. Gracias Victoria, pero es una ficción literaria!

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