Toda una cuestión
es, cuando quedan varios gustos de helado, con cuál rematar.
Alguien trajo,
supongamos, tres kilos. Cada uno terminó su bowl y la reunión sigue su curso;
mientras todos charlan te hacés el gil y empezás a cucharear en los potes. (El
dulce de leche voló casi todo, y siempre queda frutilla o gustos “al agua” que
se compran para compensar la culpa ante tanta crema.) Le seguís entrando; un toque
a cada gusto. No te resignás a una despedida abrupta, ni terminás de decidir
“las últimas palabras” que te dirá la glucosa antes de ser confinada al
freezer. ¿Cuál será el último sabor en ser deglutido?
Mi sistema de cuchareo al saldo del helado, es similar
al tratamiento que a veces hago a ciertos alfajores: los corto en pedacitos;
los fileteo como si no fuera a comerlos enteros pero luego, como quien no quiere
la cosa, termino engulléndolos hasta la última feta. Aunque hay una diferencia
clave; con el alfajor sabemos qué sabor permanecerá en la boca. Es un disfrute
parejo; homogéneo: “alfajor - alfajor - alfajor…
Ya está. Un poco más: alfajor, alfajor.” En cambio con el helado es: “chocolate… mhm… mousse de limón… dulce de
leche súper… mhm. Uy, se puso heavy; vamos a la frutilla, entonces… ahora ananá…
y ya estoy listo para vuelva: - chocolate amargo, soy suyo de nuevo.”
Es que finalmente, los que somos del grupo de darnos los gustos en vida, siempre encaramos ese último zapping; lo que en música sería la coda; un epílogo heladil que concluye y resuelve tono y espíritu de lo acaecido en el paladar. Porque no es lo mismo permanecer con un violento gusto a frambuesa que con la cadencia dentífrica de una menta granizada. No se asemeja el desfachatado ímpetu del limón al empalago de una banana split ni a la mariconeada de un cheescake de maracuyá. Y no le es indiferente al cerebro lo que pasa en el paladar: de hecho son vecinos! Lo que suceda en la boca, podrá influir hasta en las ideas y el ánimo. Los actores bien sabemos que podemos procurarnos un estado de ánimo determinado evocando un sabor: la famosa memoria sensorial. (También sabemos que casi no la usamos más que en las clases de teatro, pero eso es otro tema.)
Esta cuestión del
último gusto puede significarse en la vida misma; donde es claro que buscamos la
felicidad, a través de bienestar y delicias. Deseamos permanecer degustando el
mejor de los placeres que hemos consumado. Sentir el privilegio y acopiarlo;
abrazarlo. Una vieja frase dice, cuando alguien logró algo muy significativo:
“Ya me puedo morir en paz.” Sabemos que todo termina, y queremos guardarnos la
figurita linda para el final. Queremos ser “el que ríe último”, para reír
mejor. Rodeados de seres queridos, de amor y dulzura en ese final que nos
dibuje una sonrisa.
El helado es un
privilegio. La vida también. La salud es un privilegio. Los hijos también. Besás
a tu hijo cuando lo dejás en la escuela: ese beso puede permanecer evocable el
resto del día. Lo último, lo reciente, es lo que nos tiñe el presente. Un sabor
fuerte anula al débil; una noticia nueva anula la anterior y si nos duele la
muela pero cae una maceta en nuestro dedito del pie descalzo, la muela deja de
doler. Lo nuevo queda un rato; y lo que queda, es lo que juega. El ahora es lo
único que existe y hay que saborizarlo con la mejor canción.
Claro que un “no”,
puede causarte un desatinado dolor de cabeza, por un rato. Pero un “sí”, anulará cien noes.
Juega lo que
queda.
Elijamos lo
mejor, ahora. Y porqué no, guardemos algo de dulce de leche para la noche del
martes.
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