martes, 25 de junio de 2013

Siempre queda frutilla


Toda una cuestión es, cuando quedan varios gustos de helado, con cuál rematar.

Alguien trajo, supongamos, tres kilos. Cada uno terminó su bowl y la reunión sigue su curso; mientras todos charlan te hacés el gil y empezás a cucharear en los potes. (El dulce de leche voló casi todo, y siempre queda frutilla o gustos “al agua” que se compran para compensar la culpa ante tanta crema.) Le seguís entrando; un toque a cada gusto. No te resignás a una despedida abrupta, ni terminás de decidir “las últimas palabras” que te dirá la glucosa antes de ser confinada al freezer. ¿Cuál será el último sabor en ser deglutido?

Mi sistema de cuchareo al saldo del helado, es similar al tratamiento que a veces hago a ciertos alfajores: los corto en pedacitos; los fileteo como si no fuera a comerlos enteros pero luego, como quien no quiere la cosa, termino engulléndolos hasta la última feta. Aunque hay una diferencia clave; con el alfajor sabemos qué sabor permanecerá en la boca. Es un disfrute parejo; homogéneo: “alfajor - alfajor - alfajor… Ya está. Un poco más: alfajor, alfajor.” En cambio con el helado es: “chocolate… mhm… mousse de limón… dulce de leche súper… mhm. Uy, se puso heavy; vamos a la frutilla, entonces… ahora ananá… y ya estoy listo para vuelva: - chocolate amargo, soy suyo de nuevo.”

Es que finalmente, los que somos del grupo de darnos los gustos en vida, siempre encaramos ese último zapping; lo que en música sería la coda; un epílogo heladil que concluye y resuelve tono y espíritu de lo acaecido en el paladar. Porque no es lo mismo permanecer con un violento gusto a frambuesa que con la cadencia dentífrica de una menta granizada. No se asemeja el desfachatado ímpetu del limón al empalago de una banana split ni a la mariconeada de un cheescake de maracuyá. Y no le es indiferente al cerebro lo que pasa en el paladar: de hecho son vecinos! Lo que suceda en la boca, podrá influir hasta en las ideas y el ánimo. Los actores bien sabemos que podemos procurarnos un estado de ánimo determinado evocando un sabor: la famosa memoria sensorial. (También sabemos que casi no la usamos más que en las clases de teatro, pero eso es otro tema.)

Esta cuestión del último gusto puede significarse en la vida misma; donde es claro que buscamos la felicidad, a través de bienestar y delicias. Deseamos permanecer degustando el mejor de los placeres que hemos consumado. Sentir el privilegio y acopiarlo; abrazarlo. Una vieja frase dice, cuando alguien logró algo muy significativo: “Ya me puedo morir en paz.” Sabemos que todo termina, y queremos guardarnos la figurita linda para el final. Queremos ser “el que ríe último”, para reír mejor. Rodeados de seres queridos, de amor y dulzura en ese final que nos dibuje una sonrisa.

El helado es un privilegio. La vida también. La salud es un privilegio. Los hijos también. Besás a tu hijo cuando lo dejás en la escuela: ese beso puede permanecer evocable el resto del día. Lo último, lo reciente, es lo que nos tiñe el presente. Un sabor fuerte anula al débil; una noticia nueva anula la anterior y si nos duele la muela pero cae una maceta en nuestro dedito del pie descalzo, la muela deja de doler. Lo nuevo queda un rato; y lo que queda, es lo que juega. El ahora es lo único que existe y hay que saborizarlo con la mejor canción.
Claro que un “no”, puede causarte un desatinado dolor de cabeza, por un rato.  Pero un “sí”, anulará cien noes.

Juega lo que queda.
Elijamos lo mejor, ahora. Y porqué no, guardemos algo de dulce de leche para la noche del martes.




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