jueves, 29 de julio de 2010

"... Eso es de mi época."


Si bien pasando los treinta uno ya está autorizado a decir “es de mi época”, nunca me agradó esa expresión; si asoma de mi boca me siento otro. No soy yo quien la dice; no me gusta, porque presume que la “época” de uno ocurre entre los 16 y los 25 aproximadamente y después ya pasa a ser propiedad de los que vienen detrás.
Y después, hasta que te morís, ya estás “fuera de época”.

Se supone que en su esplendor físico uno escucha música, baila frenéticamente, se enamora, se apasiona, descubre nuevos estímulos, se empilcha así, se peina asá, prueba de todo y la pasa bomba hasta que pasa los treinta, y por los próximos sesenta años se retira mansamente a añorar para siempre “su época”.

Lo cierto es que es otra la realidad de los veinte. En espíritu no son tan lindos. Por lo general uno está desconcertado, se pelea con el mundo, intenta salir a la vida y obtiene hostilidad fuera de la burbuja infantil y hasta algún desengaño amoroso lo sacude dejándolo patas para arriba. Es verdad que en ese entonces tiene uno buen pique en los 100 metros llanos, hace el mortero en la playa y está en su apogeo en las pistas de Palladium.
Nunca más repite esas performances danzarinas (de hecho, después de los cuarenta ya pasa a verse a sí mismo con la misma vergüenza que le daban sus padres cuando bailaban en las fiestas.)
Pero todo lo demás mejora. Nadie de cuarenta te los cambia por sus veinte.

¿Porqué no anular entonces esa expresión tan poco auspiciosa?
“Mi época” es siempre; es mientras vivo. Estoy cada vez mejor, como Nacha y Graciela. Okey, borrá esto último. Pero entendés a lo que voy?

El arte no tiene épocas y nosotros tampoco. Lo sensorial puede traernos el pasado en un abrir y cerrar de ojos. Sobre todo en un cerrar. Pero que no nos desplace o nos retire del juego. Yo escuchaba música clásica también en mi adolescencia. Y nunca dije: “sí, sí, dejá ese preludio... Chopin, Mozart... esos son de mi época”.
Inclusive considero muy míos a Los Beatles que ya se extinguían como banda cuando yo dejaba el chupete. O a Sui Generis y esos primeros temas que sacaba en viola imitando a generaciones predecesoras en fogones a los que nunca fui.

Así como me adueño de la música de cualquier época, así debería hacerlo con mi vida, bailando “New York New York” cual Tía Sara en los casamientos, abriendo las manitos en el carnaval carioca, o poniéndome metálico, o zarpando un pogo con los Cadillacs.

Mi época es hoy. Y piensa seguir siéndolo. Nadie va a encarcelarla en un supuesto pasado ideal. Ningún juez ni policía temporal. Ninguna cana del tiempo o la cabeza.

¿Vos de qué época sos?...