“Todo vivir humano ocurre en conversaciones y es en
ese espacio donde se crea la realidad en que vivimos.”
(Humberto
Maturana)
Uno va eligiendo cuáles son sus temas. Eso “de lo
que todo el mundo habla” se puede esquivar y enturbiando la vista puedo buscar
lo que me interesa. Pueden mis ojos hacer oídos sordos a los “Trending topics”.
Aunque, claro, al almorzar con mamá será inevitable que me ponga al tanto del noviazgo
de Wanda o los millones facturados por shows de coreografías acuáticas. Noticias que no me quitan el sueño (si no todo lo contrario); son spam en mi cerebro. Facebook y twitter
están atestados de eso: allí todos somos jefes de redacción, y decidimos
lo que es noticiable; y por supuesto no hay criterio sano, ni justo. (Tampoco
lo hay en los jefes de redacción.)
La
buena noticia es que las noticias ya no son importantes para todos. La
sobreinformación y la puja entre los grandes medios nos hicieron perder el
interés en ellos y las redes sociales tomaron el asfalto cocinando nuevos estilos de comunicación. Levantando noticias oficiales, sí, pero reinterpretadas por “civiles con onda”; allí cada uno esgrime con su impronta
una defensa o ataque peculiar. Quien es activo, intenta darle al tema una vuelta
de tuerca personal, y así sale del anonimato. Así le dice al mundo: “este soy yo, y si bien estoy en desacuerdo igual
que ustedes con todo eso, yo lo expreso en color fucsia.”
Que las
noticias son necesarias, se podría discutir. No lo son como el agua o el aire,
claro. Pero sin enunciado alguno viviríamos como en la película “Náufrago”;
inventándonos un Wilson para comunicarnos. La noticia al comentarse, genera “hermandad”. Nos es útil como punto de referencia, para saber
quiénes somos. Si Tom Hanks no le dibujaba la carita a la pelota para hablarle,
iba a olvidar quién era él mismo. Sin conversaciones, sin lenguaje, podía
volverse loco.
Pero
las redes sociales han venido a dar color; a agregar nuevas
formas de relacionarnos. Hoy la hermandad es real:
siempre va a haber alguien que me palmee la espalda con un “me gusta” cuando
cuente mis cosas, mi uña encarnada, una
buena nota, o el aumento de mis leucocitos. Facebook me referencia con los otros
en espacio y tiempo, me clasifica por afinidades o desprecios; allí, como
mínimo, estoy conectado.
Cuando
no hay noticias se las inventa. En los pequeños pueblos donde no pasa nada se
andan diciendo cosas como “lo vi al Rubén
con la bicicleta” o “había un ternero
suelto por allá.” La red nos convierte hoy en generadores de
noticias aldeanas que pueden girar por el mundo. Infinidad de botellitas con
mensajes esperando ser vistas. Confesiones íntimas, chistes o
blasfemias. Por cada nota que brota en los diarios o la tele, nacen millones de noticias bebés que corren por la
orilla como tortuguitas hacia el mar. Las que sobreviven y crecen, pueden hacer
famoso a su autor, al menos en su barrio
virtual.
También
existen grupos que se twittean todo el tiempo, quienes incluso ni se conocen en
persona pero se acompañan con opinión homogénea y critica permanentemente a
terceros, como los viejitos en el palco en los Muppets.
Personalmente
no termino de comprender el fenómeno en el cual alguien llega a ser una
celebridad virtual y nadie conoce su cara ni su nombre real. Existen muchos de
esos casos; tal vez por ser actor me
cueste digerir que alguien, pudiendo hacerse famoso por su talento creativo,
elija el anonimato. En definitiva, el posicionamiento social no es para
despreciar y ser populares nunca estuvo mal visto, salvo para Las Divinas en la
tira Patito Feo.
Twitter
y facebook son bien diferentes. En ambos se
genera contenido propio, aunque también hay pasivos, que no postean nunca nada.
(Suelen ser casados, o faltos de confianza. O las dos cosas.)
Facebook es
un club relativamente pequeño. Admite hasta 5000 socios, pero es raro que un civil llegue a esa cifra, a menos que
haya puesto la foto de Anne Hathaway y/o acepte a cualquiera.
Tiene más privacidad, si sabés usarlo. Nadie tiene porqué
enterarse de quiénes son tus contactos. Twitter, en cambio, te expone; deja “todo
al aire”. Se enteran a quién seguís. Te manda al frente con algo tipo: @LizSolari - Seguida por Pablo Novak y otros (pajeros, faltaría que pusiese).
Lo que se torna insufrible tanto en uno
como en el otro, es la publicación de cualquier cosa, sin discernimiento. “Hoooliss” todos los días, puede
generarte enemigos. No sos un portero baldeando, para decir “Buen díaaaaa” todos los santos
ídems.
De
tener onda a ser un plomo hay pocos pasos.
No
está bueno publicar “Me acabo de lavar la
cabeza”, o “El centro está embotellado”; no agrega nada. Son noticias spam. A nadie suma un “Ay, me
re corté afeitándome” o un “Me está
por venir y me duele todo”, por campechano
que sea el propósito.
También
incinera el post “enigmático”; ese
dirigido a alguien que tal vez ni figura entre los contactos: “A mal puerto fuiste por leña!” o “Lo que te perdiste…” o un menos sutil: “Pelotudo de mierda!”
Esa descarga solo afecta a quien la
profiere. Y más de lo que cree. La catarsis sentimental sin medir
consecuencias, es prensa negativa y uno queda como quien hierve el conejo tras un abandono.
“Entendí que yo era demasiado para
vos.” – postea alguien. A los cuatro minutos agrega: “Al verte con tu novio, me di cuenta que es lo que realmente te
merecías.”
Es claro; la vergüenza ajena y
sus genéricos nos brotan como soja en facebook.
Son
moneda corriente también, representando la contracara de los abandonados, otros
entusiastas latosos: los amantes arrebatados, chorreando melazas como: “Sos lo mejor que me pasó, te re amo”…
“Juntos hasta la muerte, mi amor, mi cómplice y todo!”… “Gracias por las flores y la noche que me
distes”… - entre fotos con sábanas de seda.
Para
que al mundo le quede clara su felicidad, ostentar su bienestar sexual les
parece obligatorio. El tortolismo facebookiano,
claramente insufrible, merece otro análisis. Porque cualquier epístola amorosa podría (y debería) manifestarse por vía
privada. Cuando el show-off se hace
necesario, probablemente es porque hay que corregir algo; si no, es
presumir; contar plata delante de los pobres. La sobreactuación denota una falta;
ningún alma sensata se ufana de lo que le sobra.
Es
clásico en comedias románticas el sermón amoroso del muchacho a la chica ante
miles de personas en un estadio. Eso cree hacer quien publica “Nadie me hizo sentir así” en el boletín
oficial de su media naranja. Pero el efecto que consigue no es el aplauso del
estadio; sépalo: la gran mayoría no lo
estamos admirando sustancialmente.
Más
allá de los abusos, Facebook generó una revolución en el lenguaje; donde hay compañía, conversación, segmentación por afinidades, y
feedback. Es como un gran recreo. Y adictivo, además. Y tentador para el creativo.
Miles de millones en el planeta consumen las boludeces que anoticiamos minuto a
minuto los civiles. El desafío viene
siendo decir o hacer la mejor boludez de la red.
Andy
Warhol lo predijo en 1968 “En el futuro
todo el mundo tendrá sus 15 minutos de fama”. Y colgando un video porno, ni
te cuento.
(Chicos,
no hagan eso en sus casas.)