Los
protagonistas de nuestro facebook suelen no serlo en nuestra vida. Podemos
llevar una interacción genial y sentir que nos pasa lo mismo con alguien que ni
conocemos. Identificarnos y compartir a diario, con quien jamás
hemos visto en persona.
Una
de las primeras cosas que hacemos es buscar antiguos compañeros de aula. Léase: personas con las
que coincidimos en un mismo espacio físico durante un tiempo determinado. Y no
sólo a quienes tenían roles protagónicos; con muchos ni nos dábamos ni pelota!
Así y todo, por curiosidad o apócrifo sentido de pertenencia, los sumamos en facebook y nos
enteramos sobre sus vidas. Es raro: te pide amistad alguien con quien tal vez
charlaste un rato en un recreo en 1982, o ni siquiera. Compañeros de grado de
tu hermano en aquél colegio donde estuvo sólo un año... ¿Qué podemos tener en
común? ¿Qué tipo de identificación, más que un retacito indirecto del pasado?
¿Cuánto tiempo o experiencia en común debemos haber transcurrido? ¿Qué sentido
tiene revalidar un contacto amistoso que quizás nunca existió?
No
importa demasiado.
Coincidir
en un lugar aunque sea poco tiempo; si es significativo y allí se han vivido
ciertas emociones, ya da para hermanarse.
La
coincidencia en diferentes ámbitos por un tiempo determinado nos sigue
conduciendo a añadir nuevos amigos: una charla en un avión, la cola de un
banco, un cumpleaños infantil o el ámbito laboral y: “te agrego al face.”
Y algunos
suelen convertirse en amigos chatarra; están ahí pero ni fu ni fa. Si se los borra, no pasa
nada. No se interactuó; fue una cortesía aceptarlos en su momento pero al
tiempo nos es indiferente incluso si siguen respirando. Terminan siendo como aquella sección
del diario que jamás leemos, o ni siquiera: con los avisos fúnebres o los
judiciales alguna vez nos hemos colgado. Pero estas personas y sus
actualizaciones con fotos de sobrinos amados o perros maltratados, (o
viceversa), nos hacen perder un tiempo maravilloso. Y el tiempo es oro; si es
por dilapidarlo, hagámoslo mirando chicas en malla.
De
vez en cuando se hace “limpieza”, y allí uno revisa: “¿porqué lo tengo a este?... Ah, es el cuñado del kiosquero. Lo
borro... Y esta otra?... Ni idea. La acepté al principio, cuando no aceptar
solicitudes me daba culpa. Fuiste. Y este otro, a ver?... No; este me saludó en
mi cumple en 2012; mejor lo dejo.”
Porque
hay que diferenciar el amigo chatarra del extra.
A veces te pone “me gusta” y asciende a esa categoría. Los extras están
presentes, aún sin hablar, se dejan ver. (En un set escuché una vez a un viejo
extra decir a otro: “A mí me llaman porque soy vistoso” – calificándose con el
adjetivo más original que oí en mi vida.) El extra de nuestro facebook es aquél
que no se anima a comentarnos pero nos megustea
de vez en cuando, y así se gana el derecho de no ser eliminado en el momento en
que mandamos al Ceamse.
Está
bueno limpiar de vez en cuando el facebook de amigos chatarra. Es como prender
un incienso; librarse de aquellas energías extrañas que presencian lo nuestro
desde las sombras. Gente que no nos significa nada, y a la que no le
importamos; nunca nos palmeamos la espalda, ¿porqué somos amigos? Chau-chau
adiós. Liberemos el lugar para alguien nuevo; alguien con quien identificarnos,
que es el propósito definitivo de toda relación, virtual o real.
Quién
te dice el kiosquero no tenga otro cuñado con el que tengamos más onda y se
convierta en un nuevo protagonista de nuestro facebook; compartiendo carcajadas
de pensamientos, haciéndonos saltar con nuevos y efervescentes “me pasa lo mismo!”.
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