lunes, 3 de septiembre de 2012

Pasé por ahí


Hoy pasé por donde vivía cuando era chico. Caminé por esas cuadras que separaban mi casa de la parada del colectivo; esas que conocía de memoria; donde pisaba siempre distinto, fantaseando con que el no tocar ciertas baldosas modificaba drásticamente mi destino. Cotidianas supersticiones del pequeño neurótico ilustrado que ya asomaba al mundo. Búsquedas de sentido en blazer y pantalón gris.


Me acordé que no me convencía habernos mudado ahí; creía merecer mejores entornos en la película de mi vida. Las publicidades ya refregaban contrastes; el cine traía héroes que fumaban Camel después de salvar de grandes peligros a las Brooke Shields de turno, y yo arrastraba las botitas de gamuza por Gurruchaga en horarios depresivos como las siete menos diez de la mañana o de la tarde, por esas veredas que me tenían harto.


Hoy pasé por ahí y había sol.

Pasé por ahí y me pareció lindo. Ahora me gustó. Pensé: “viviría acá”.

Pensé: “qué feliz que era, cuando era infeliz.”

Y cuando uno piensa, piensa rápido. Es como en los sueños; que según dicen los expertos en cuestión de segundos uno puede soñar la saga entera de la Guerra de las Galaxias. El periplo del pensar, ahí en mi púber barrio, me llevó entonces rápido a conclusiones que vinieron como anillo al dedo de la soledad. Esa soledad, que hoy asoma de soslayo en mis temáticas. Esa que rumian preocupados recientes separados o inquietos solteros, ni asomaba en aquél entonces: porque de niño uno está siempre solo. Es decir, hasta los veinte por lo menos uno no tiene en sí ni siquiera el concepto de pareja. Tal vez las mujeres lo barajen ya a los quince pero nosotros no. La pareja, o la falta de ella, es un concepto que no incorporamos hasta muchos años después.



Y muchos años después, pasé por ahí. Solo. Y recordé lo solo que estaba siempre, por ejemplo, a los catorce. Y me reí ante aquellas imberbes conflictivas. Y ante las de ahora, también. Hace treinta años mis traumas podían ser la prueba de química o geografía; el comparar mi físico con el más grandote/deportista o mi status con el más fachero/adinerado. O si tendría un skate Sims o unas nuevas All-Star o un ciclomotor. O si me dejarían entrar al cine, o si la chica más linda alguna vez se fijaría en mí.

Pero estaba solo y no era un tema; en mis elucubraciones, en mis tristezas y alegrías, estaba solo. Siempre solo, pero era yo mismo. Yo-divirtiéndome con amigos, yo- peleando con mi hermana, yo-yendo a comprar un pollo al spiedo, yo-esperando el 39, yo-haciendo caligrafía, yo-viendo El Chavo del ocho. Yo-solo.

Claro, con compañía de madre, padre o hermana… Pero solo en mis pensamientos.



Muchos años después uno se empareja, se anovia, se casa, y se enfamilia.

Se pluraliza; hace todo de a dos, se piensa de a dos.



Y muchos años después, tal vez, vuelve a estar solo.

Y camina por donde antes andaba así siempre, sin saberlo.

Y es hermoso quererse ahora; enternecerse con el que era uno a los catorce. Es lindo ser amigo de aquél, y abrazarse.



E ir repitiendo baldosas, donde nada es lo mismo. Caminar esas veredas poniendo “en vereda” los pensamientos:

Nada es lo mismo, porque ya nunca soy el mismo.

Aunque vuelva a estar solo.



4 comentarios:

  1. ES TAL CUAL ,LOS PASOS POR DONDE TE LLEVA LA VIDA ,SOLO HAY QUE APRENDER QUE LA SOLEDAD SUELE SER POR MOMENTOS LA MEJOR CONSEJERA..Estoy terminando el libro ,me rio y emociono Felicitaciones¡¡

    ResponderEliminar
  2. También yo tenía ese ritual de pisar determinada baldosa o tocar tal pared pensando que si no lo hacía iba a pasar algo. Recuerdo que tampoco me había gustado la casa donde nos mudamos con mis viejos cuando tenía 6, allá en Trenque Lauquen. Me hiciste acordar a Hesse, muy bueno.

    ResponderEliminar