sábado, 5 de mayo de 2012

Para qué, para quién


Cuando tenía 21 años y florecía mi desazón por lo que se venía (el fin de la infancia, la búsqueda de trabajo, el esfuerzo por ser exitoso y en algún momento, la muerte; que entre risas declararía que igual todo había sido al pedo), alquilaba un pequeño departamento en el último piso sobre una avenida.
        No me iba mal, pero algún desengaño amoroso, o descubrir el tango, o leer a Cioran (“En las cimas de la desesperación”, “Silogismos de la amargura” o el taquillero “Del inconveniente de haber nacido”) me iniciaban en metafísicas de escepticismo y emociones encontradas.
        Una tarde volqué dedicadamente mis trastornos sobre la hoja de un cuaderno Arte, hice un avioncito y desde el balcón la arrojé al vacío, deseando quizás que algún caminante (y mejor si era un caminante hembra) levantara mi poética y se identificara con aquél joven Cortázar que sufría con altura y desplegaba tantos talentos incomprendidos.

La hoja con mis mambos escritos planeó estúpidamente en el aire unos instantes, y en vez de descender hacia Luis María Campos hizo un par de vueltas tipo Lupin y se mandó derecho al departamento de abajo, donde no vivía ningún caminante hembra del tipo de emoción cortazariana; sino una familia tipo: con niños, abuela, perro y loro.

Me quise matar. La hoja no podía venir de otro lado que del departamentito de arriba. Y sería motivo de observación estupefacta primero y carcajadas en mesa familiar después, en el mejor de los casos. Nunca lo supe porque evité encontrarme con esos vecinos en los meses subsiguientes y supongo que el evento apuró mi huida de aquél primer alquiler.



En general uno escribe para que lo lea X y lo leen Y, W y Z.

El avioncito de la intención da vueltas en el aire y a veces se lo morfa un perro y no llega a destino, pero otras aparece un tiempo después, message in a bottle.
Hoy tenemos Internet; y siempre tendremos Paris.
Porque tenemos el blog, donde hacemos ole a escollos editoriales y llegamos a caminantes en Honolulu.

Porque más allá del ridículo; escribir es contar que existimos. 
Es querer declararle a la muerte, entre risas, que no todo era al pedo.

7 comentarios:

  1. Well, well, well... esas preguntas tan tradicionales como perversas, no las puedo responder... ni recomendar que las abandones sin sentirme un traidor a la búsqueda de sentido.
    Como yo abandoné la persecución del mismo y me sumergí en el camino de construir sentido, me sentí un poco mejor. De todas formas, cuando hago el amor regularmente el tema del sentido se desvanece por la arrolladora fuerza de los sentidos exaltados.
    Ahí va un abrazo fraterno y si es al pedo que el cosmos se vaya a la mierda. Para mi está cargado de sentido.

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    1. Devuelvo abrazo, amigo viejo o viejo amigo. Viejos son los trapos. Venga a cantar a Clàsica y Moderna, trapito.

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  2. Me hiciste reir mucho en este lunes desapasionado y gris. Supongo que además de la anécdota graciosa, me pude ver reflejada en aquellos actos que terminan concluyendo en situaciones disparatadas de las que tengo un número importante en mi historial.
    Un beso!

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    1. Situaciones disparatadas, me gustan. Colecciono. Pàseme alguna. beso!

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  3. El avioncito llegó a manos de una bella jóven, ella lo leyó, se emocionó y descubrió que alguien en el mundo siente igual que ella. No solo eso, sino que se desvivió buscando al aeromodelista sensible, al que finalmente encontró y amó.
    Ese sería el argumento de una peli yanqui, en la realidad es "mooi difícil" que eso pase; cae en lo del vecino de abajo que es tano, calentón y piensa que uno es puto jaja

    Me acordé de Pessoa y su obra guardada en el baúl, rescatada por su hermana sin que él, en vida, pudiera apreciar cuánto influyó en la literatura y en las gentes a las que nos gusta.

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    1. Me hacés investigar a Pessoa. Ok. Gracias Humada!!!!!!!!!!

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  4. Me identifiqué mucho con el desenlace de la historia, la situación en la que terminaste. "Hacer algo positivo de mi vida" fue lo que me llevó una vez a escribir en una hoja de papel todo lo que me proponía hacer en mi vida, estando de vacaciones en Buenos Aires. Terminé mi "carta", a lo que me dieron muchas ganas de ir al baño y la dejé sobre la mesa. Luego de hacer mis necesidades, volví al comedor, muy distraído agarré el trozo de papel, lo guardé en un sobre, donde escribí mi nombre y apellido y el número de piso y departamento: 2do "A". Salí al balcón para esconder el sobre en un pequeño orificio de la pared. Como en aquél entonces no estaban puestas las rejas, fue demasiado fácil que el viento fuerte que había arrancara de mis manos el sobre, y lo hiciera volar por los aires. En cámara lenta, vi como de repente el viento dejaba de soplar y el papel, como ya sin fuerzas, caía suavemente sobre la cabeza del portero. Maldiciendo a mi suerte, entré al departamento hecho una furia. A los cinco minutos, se acerca mi abuela y entregándome una hoja de papel me dice "Muy lindo lo que escribiste. Lo que no encuentro son los dibujos de tu hermanita, esos que ella siempre hace, esos sobre princesas, castillos, unicornios..."
    Dos semanas después, vuelto yo a mi lugar de residencia con mis padres, se escucha sonar el teléfono y mi mamá Laura atiende. Era mi abuela. Como siempre y debido a su ignorancia de las nuevas tecnologías, mi mamá atiende en altavoz y se escucha: "Laura no sabés, el otro día el portero me dio una carta que encontró, en la que Pedrito hizo dibujos, y tengo miedo de que haya salido medio para el otro lado, viste, hablalo, los dibujos son de princesas..."
    Ahora, 4 años después, todavía me río cuando cuento esta historia (y mi abuela también, lo curioso: no me compró mas fibras color rosado, por lo tanto cada vez que pintaba a mis súper héroes, sus pieles quedaban blancas. O naranja suave).

    PD: el portero abrió un local de ropa con su mujer.

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