Al bar
elegido no le anda el wi-fi, pero te enterás cuando ya pediste el morfi.
La
cantidad de auto-fotos sacando trompita que tiene una chica en facebook es
directamente proporcional a sus faltas de ortografía.
Aquello
tan inspirado que ponés en facebook, con la intención de que lo lea “esa
persona”, nunca llegará a sus ojos. (Aunque sí a los de “esa otra”.)
Encontrás
en youtube la peli que te flasheó en tu infancia: la ponés y a tus hijos los torra. (Incluso a vos, 20 años después,
te decae.)
La foto
que te etiquetan es siempre aquella en la que saliste gordo, blanco, bizco y
con papada.
El “me
gusta” que por fin te pone “esa persona”, no es en todo lo que querías que leyera,
si no en lo que compartís de otro, o de un diario.
Se te
ocurre algo genial para twitter, pero no tiene sentido en menos de 140
caracteres. Tratás de acomodarlo y lo ponés sintetizado, a ver si se entiende.
Y no: cri-cri, y vuelan bolas de
pasto del lejano oeste.
El video que estás viendo ansiosamente en youtube se frena o tarda en cargar siempre en la mejor parte.
El “me
gusta” o comentario que escribís a la chica en bikini es visto primero por 34
madres del colegio en la Información instantánea.
Siempre
llegás tarde al video sensual no autorizado de las “famosas”; cuando los buscás
ya los sacaron de la red.
Al más
zarpado o políticamente incorrecto lo retuitean 50.000. Vos posteás una boludez
subidita de tono y la leen compañeros del jardín de tu hija y de bridge de tu
tía; catalogándote como del Clan Manson.
Te suena
un mensaje de texto que puede ser de “aquella persona”, pero estás manejando y
la onda verde esta vez no se corta nunca. Después larguísimos minutos, por fin
un semáforo rojo y agarrás el celu excitado: era alguna promo de automotriz o
telefónica.