Existe hoy un desparpajo oficializado en el manejo de las relaciones. Antes era para ofenderse si alguien te decía “ya te llamo” y no lo hacía más. Ahora es costumbre. “Te llamo en cinco” y “el lunes nos juntamos” circulan, se multiplican como incontables partículas, como promesas sobre el bidet. Mensajes de texto, mails, abrazos fugaces en encuentros apurados, respuestas vacías que aumentan nuestro escepticismo.
“Te llamo en cinco”
... minutos, años o siglos?
Es sano entender y asumir los cambios. Ya no funciona lo de “la intención es lo que vale”. Es cada vez más frecuente esperar cosas de bienintencionados, que no llegan. Y no hay que esperar nada de nadie. “Solo es feliz quien nada espera”, “el que espera desespera”, y el que es pera nunca será uva.
Yo mismo, también a veces mando fruta: “Tengo que ir a ver tu obra”; “Almorcemos un día de estos”; “Tenemos que hacer radio juntos”; “Que no pase del lunes”; “Nos debemos ese café desde 2003”… Bullshit. Después no pasa nada, aún con las mejores intenciones.
La era facebookeana, por ejemplo, reunió voluntades con bastante falta de voluntad. Siempre estamos a punto de vernos con los “amigos” y la intención queda flotando en el ciberespacio. Lo virtual no es virtuoso; no traspasa la especulación; siempre hay “algo más importante que hacer”.
Diana Cohen Agrest en su libro Inteligencia Ética dice: “En cualquier caso, la espera es la interrupción del propio tiempo vital, [...] Si espero a alguien el otro me tiene en su poder, abusa de mí, me somete. Roba mi tiempo y estoy a su merced”.
También es cierto que la gente que llega a lugares de poder es la más propensa a la mentira. Deben tomar cursos de liderazgo donde aprenden la sanata como modelo de gestión. Sus coaches deben tirarles frases del tipo: “Diga sí, aunque quiera decir no”; “Nunca rechace a nadie; (para eso contrate un asistente)”, o incluso: “Entusiasme siempre a los otros”. En mi trabajo, me cruzo mucho con esos moluscos que generan grandes expectativas, me apabullan con desaforadas intenciones de gardelizarme y luego desaparecen clavándome en salas de espera junto a grillos y revistas con ellos en la tapa.
Y las salas de espera son horribles, porque la espera es horrible. Una cosa es el médico (también detestable) que te da cita y te atiende horas más tarde, cuando la barba ya te creció varios milímetros, pero te atiende, finalmente. Otra es quien te deja esperando indefinidamente. Pero allá él; y acá nosotros. A relajarse; no es personal. El camino de la ofensa no le hace bien a nadie; no nos ofendamos en el juego de las relaciones: hay que aceptar, entender las nuevas reglas y seguir jugando.
Tal vez les agradamos de veras, y en el momento creen todo lo que dicen, pero después se cuelgan viendo Dr. House y se olvidan hasta que nos vuelven a encontrar en la cola de un aeropuerto y nos vuelven a abrazar con rauda simpatía.
Pero con intención de rematar el tema de la intención, digo: vivamos el presente. Eso soluciona todo. Si de verdad vivimos en el presente, el futuro es nada; no esperamos nada, y la única intención es la nuestra, con la que no hace falta boquear. No hace falta contársela a nadie. Cada uno con la suya, y
se verá. Posiblemente queramos que algo o alguien entre en nuestro mundo material; esa es nuestra intención. ¿Para qué contarla?
* Esto no lo escribí del todo yo; fue tal vez una parte mía que estaba ofendida.
Después te llamo y te explico.
(Esperame).